No sé si a otras personas les sucede lo mismo que a mí, pero desde que inició la pandemia y empecé a conocer personas diferentes, me llamaba mucho la atención cuando tenía la oportunidad ver el rostro completo de aquellas personas. Empecé a reflexionar sobre quién realmente se escondía detrás de cada mascarilla. Al llegar a Honduras todo esto se intensificó un poco más, pues todas las personas eran nuevas para mí y solo podía ver algunas partes de sus rostros.   

En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, recordé que durante todo mi tiempo de servicio había querido escribir sobre las lideresas comunitarias de los cinco bordos donde se ejecuta el proyecto donde me encuentro actualmente y mostrar verdaderamente quienes eran aquellas mujeres que se ocultaban detrás las mascarillas.

Una de estas mujeres es María Betina Simeón, que tiene 45 años y lleva más de 14 haciendo un voluntariado con diferentes organizaciones. Oriunda de San Antonio de Cortés, un pueblo ubicado aproximadamente a dos horas de San Pedro Sula.  El motivo por el cual ella abandonó su lugar de nacimiento fue por la enfermedad de uno de sus hijos, el cual padecía de leucemia. Para ella era muy difícil llevar a su hijo a tratamiento durante la semana, así que ella junto a su esposo y demás hijos decidieron migrar la ciudad, a un lugar llamado Ocotillo ya que uno de sus primos les había dado un solar en este lugar.  

Sin embargo, después de cuatro años de tratamiento el niño falleció. Como si esto no fuera poco, unos años después falleció otra de sus hijas. Debido a estas situaciones María Benita se encerró en su cuarto, sentía que literalmente estaba al borde de la locura.  Cuando su hija murió ella estaba embarazada de su última niña y justamente el día del entierro le dieron los dolores de parto. Fue tan terrible el impacto emocional de esta situación para ella que no quería estar cerca de la recién nacida en sus primeros días de vida.  

Pasaron varios años en los que ella no deseaba hacer nada. Consideraba que estos sucesos habían sido las pruebas más grandes de su vida, las cuales tal vez nunca superaría.

Cuestionaba a Dios por la muerte de sus hijos, pero luego comprendió que debía aceptar la realidad y hacer algo por los demás. Una mujer le comentó sobre algunos programas de voluntariados. Ella empezó a asistir a las capacitaciones y desde ese momento se enamoró del servicio hacia la comunidad y sobre todo hacia la niñez. 

Ella recuerda que Ocotillo era un lugar muy peligroso, en el cual había muchos grupos organizados al margen de la ley. Aunque en muchas ocasiones le daba temor salir sola, empezó a trabajar en un CCEPREB (Centro Comunitario de Educación Prebásica). Era algo que la apasionada, no obstante, en ese lugar se corrían varios riesgos, razón por lo cual Benita le pedía constantemente a Dios que la sacara de ese lugar, que le diera una señal para poder salir de allí. Nunca se sintió segura, incluso escuchaba los disparos que luego se observaban  en los techos de las casas.

Un día gracias a unos vecinos se dio cuenta que estaban vendiendo unos solares en una de las comunidades irregulares, conocidas también como bordos. Ella y su familia decidieron mudarse allí. Aunque estas zonas son discriminadas y estigmatizadas, allí corría menos peligro que en Ocotillo. Ella se sentía segura, es más allí en este bordo sentía paz.  

María Betina Simeón

Al hablar de su comunidad, en la cual ha vivido durante 10 años, menciona que estas personas necesitan ser escuchadas, necesitan que sus derechos sean reivindicados. En alguna ocasión escuchó que iban a reubicar a las personas de este bordo, pero que no podía llevar animales a sus nuevas casas. La mayoría de las personas que viven en estas comunidades viven de recoger cartón, vender frutas y verduras, para esto utilizan carretas y caballos. Al no permitir que las personas tengan estos animales es como quitarles su medio de subsistencia. Por ese motivo varias de las personas regresaron nuevamente al bordo, pues sentían que allí tenían más posibilidades de sobrevivir. 

Durante las primeras semanas viviendo en el bordo, ella se sentía un poco mal por la discriminación que había hacia estos lugares, pero después comprendió que este era un buen lugar para servir. Inmediatamente buscó un kínder donde pudiera enseñar y no solo se encontró esta forma de servir, sino que se involucró en otros proyectos que pudieran beneficiar su comunidad. En este momento se encuentra liderando dos proyectos de CASM los cuales son “Exigiendo los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes en San Pedro Sula” y “Conociendo mi Comunidad”, está realizando encuestas para el Consejo Noruego y participa activamente en el CLC (Comité Local Contra el Trabajo Infantil.) 

Actualmente su familia está conformada por su esposo, dos hijas y dos hijos. Pero hay algo que le genera dolor en el alma y es la enfermedad de su esposo. Él tiene una parálisis, está inmóvil y hace dos meses fue desahuciado. Hace unos días sus hijos le dijeron que decidiera con cuál proyecto iba a trabajar, pues por la situación familiar en que se encuentran no querían que ella estuviera tan cargada. Sin embargo, su propio esposo les dijo que si ella era feliz sirviendo a la comunidad podía seguir participando de todos los proyectos, la única condición es que no descuidara las diligencias que debía hacer en su seguro médico. María Benita quisiera que sucediera un milagro en la vida de su esposo, pero afirma que está preparada para lo que pueda suceder y que pase lo que pase, ella no dejará de servir. 

Lo único que quiere ella en este momento es organizar bien su tiempo y de esta forma cumplir efectivamente con cada una de las actividades que tiene en los distintos proyectos. Además, anhela visitar a cada uno de los niños y niñas de los cuales es maestra, pues ha notado últimamente que muchos de ellos viven en extrema pobreza y al acercarse un poco más a sus vidas podrá encontrar más formas de servir. María Benita considera que es una persona reconocida en su comunidad y que tiene facilidad de expresarse y acercarse a las personas, sobre todo a los niños y niñas. 

El diccionario de la lengua española define la resiliencia como ‘capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos’ o ‘capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido’. Al pensar en la profe Benita, como normalmente la llamo, no me cabe la menor duda de que es una mujer resiliente, que aunque ha vivido situaciones muy difíciles, día a día se levanta para seguir trabajando por su comunidad, lo que ella hace es un voluntariado no recibe ningún estipendio, pero todo lo hace por amor.  

Al finalizar nuestra charla, esperamos que llegue un taxi por ella. Mientras tanto hablamos de otras cosas, como de nuestro cabello, y nos tomamos lo que nos queda del café. Observo su rostro, ella está sin su mascarilla, además de sus ojos puedo ver su gran sonrisa y una vez más me convenzo que estoy al frente de una mujer hermosa, servicial y resiliente.  


Beatriz Guaza Sandoval trabaja con CASM como facilitador de comunidad como parte del programa YAMEN de CCM.