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Mientras celebramos el centenario del Comité Central Menonita, tenía curiosidad por saber más sobre la presencia de la organización en Honduras. Según la narrativa común, 2020 es el cuadragésimo aniversario del CCM en el país. ¡Qué números redondeados convenientemente! Quería los detalles, así que busqué en los archivos de la oficina en San Pedro Sula y contacté a las personas involucradas en los primeros años. Esto es lo que aprendí.

Resulta que el CCM ha estado en Honduras desde mucho antes de 1980. Ya en 1965, el CCM posicionó personal de Servicio Voluntario en Tegucigalpa. Cuando el huracán Fifí golpeó en 1974, el CCM coordinó los esfuerzos de socorro en casos de desastre a través del Servicio Menonita de Desastres (MDS, en aquel entonces parte del CCM). Un joven Ovidio Flores se había mudado recientemente a la ciudad, inspirado por el testimonio social de los menonitas, comenzó a asistir a una pequeña iglesia menonita casera. Ahora un miembro mayor de la Iglesia Evangélica Menonita Central en San Pedro Sula, recuerda haber trabajado junto a los socorristas del MDS con otros miembros jóvenes de la denominación, la Iglesia Evangélica Menonita de Honduras (IEMH, por sus siglas en español). Juntos, limpiaron casas enterradas por la tormenta en Choloma, a unos 20 minutos al norte de San Pedro Sula.

Cuando El Salvador estalló en una guerra civil en octubre de 1979, los refugiados que huían del conflicto comenzaron a asentarse a lo largo de los ríos que dividen a El Salvador y Honduras. Movidos por un sentido de caridad cristiana, varias iglesias de la IEMH cerca de la frontera, incluidas las congregaciones en Mapulaca, Lempira y San Marcos, Ocotepeque, comenzaron a ofrecer a los migrantes comida, ropa y alojamiento. Fue una acción masiva. A medida que llegaron más refugiados, las iglesias abrumadas comenzaron a pedir apoyo. En respuesta, el CCM envió suministros extras de ayuda para huracanes desde un almacén en La Ceiba, Atlántida, y movilizó a varios trabajadores de emergencia a corto plazo para ayudar. La idea de un programa de país a más largo plazo no se concretaría hasta un par de años más tarde con el reconocimiento de que los refugiados estarían allí más tiempo de lo esperado originalmente.

El CCM proveía ayuda material a los campamentos de refugiados cual incluía costales de harina, carne enlatada, y edredones. Foto proporcionada por Linda Shelly.

Mientras tanto, el gobierno hondureño y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) notaron los esfuerzos de ayuda de las iglesias menonitas. El gobierno, que compartía relaciones diplomáticas amistosas con los poderes políticos dominantes en El Salvador, fue crítico y les dijo a los voluntarios menonitas que dejaran de ayudar a los «subversivos» salvadoreños. Alentados por su fe y sus nuevas relaciones con los refugiados salvadoreños, los menonitas continuaron brindando ayuda a pesar de la advertencia.

El ACNUR, por otro lado, quedó impresionado por su trabajo y le confió a la IEMH la administración de fondos del programa de refugiados en ciertas regiones, de la misma manera que organizaciones como Visión Mundial, Caritas y el Comité Evangélico de Desarrollo y Emergencia Nacional (CEDEN por sus iniciales en español) coordinaron respuestas en otras áreas. A pesar de la resistencia de los refugiados que fueron apoyados por estas organizaciones, tanto el gobierno como el ACNUR presionaron para trasladarlos de sus asentamientos informales a orillas del río en la frontera a campos de refugiados aparentemente más seguros en tierras compradas por el ACNUR más adentro de Honduras.

Uno de estos lugares era una meseta despoblada, La Mesa, cerca de la pequeña comunidad de Mesa Grande, a pocos kilómetros de San Marcos. César Flores, actualmente Director de Área del CCM para Centroamérica y Haití, fue voluntario en el esfuerzo de ayuda a los refugiados como miembro de la congregación de San Marcos. Él recuerda la noche a fines de 1981 cuando llegó el primer grupo de migrantes: «No teníamos nada listo; todos durmieron afuera. Luego, al día siguiente, llegaron las lonas y comenzamos a construir [las carpas]”. A medida que llegaron más refugiados en los próximos meses, los trabajadores de la IEMH y el CCM que servían con ellos supervisaron la construcción de viviendas más permanentes, un sistema de agua, escuelas, talleres, letrinas y almacenes.

Hondureños en la comunidad fronteriza de Virginia, Lempira aprenden a coser en un de los primeros programas vocacionales ofrecidos por la CAS. Estas clases los capacitaban a vestir a sus familias y hacer prendas para vender y generar ingresos. Foto proporcionada por Linda Shelley.

En 1983, al darse cuenta de que era necesaria una presencia más permanente en el país, el CCM le pidió a Linda Shelly, una trabajadora del CCM con experiencia en la oficina de Akron y en América Latina, que se desempeñara como representante de Honduras. Se instaló una oficina en el país en una casa alquilada en San Marcos, cerca de la casa de Luis Flores, el coordinador de respuesta a refugiados de la IEMH.

El personal del CCM continuó gestionando la logística de la construcción y el mantenimiento de edificios en los campamentos. Muchos refugiados eran agricultores y cultivaban sus propios vegetales para complementar la ayuda alimentaria que recibían, que incluía carne enlatada del CCM. Sus huertos permitieron a los padres transmitir sus conocimientos y habilidades agrícolas a sus hijos. Los residentes del campamento produjeron gran parte de lo que utilizaron y aprendieron habilidades vocacionales a través de talleres financiados por el ACNUR, en gran parte dirigidos por Caritas, que enseñaban mecánica, costura, fabricación de calzado, herrería, soldadura y carpintería. Los refugiados adquirieron competencias prácticas a través de estas capacitaciones y trabajando junto a los trabajadores de la IEMH y el CCM en los proyectos de construcción. El CCM organizó la provisión de ayuda material, incluidos los edredones del CCM que ayudaron a los refugiados a soportar el clima frío de la mesa, que era mucho más frío que el de sus hogares en El Salvador.

Un taller de zapatería en uno de los campamentos de refugiados. “La meta del ACNUR era que la gente aprendiera habilidades que les serían útiles cuando regresaran a El Salvador, especialmente al saber que quizá no tuvieran terrenos para cultivar. No era un campo menonita de trabajo, pero por supuesto nos interesaba,” recuerda Linda Shelly. Foto proporcionada por Linda Shelly.

El CCM también coordinó grupos de visitantes a los campamentos. «Los refugiados salvadoreños en La Mesa tenían un compromiso y un deseo muy claro de compartir su historia y ser escuchados», recuerda Shelly. “Había un equipo pastoral de la Iglesia Católica allí en los campamentos que realmente quería que vinieran visitantes. Y había mucha gente interesada en visitar los campamentos y comprender la situación”. De hecho, en 1985, 222 personas visitaron los campamentos en un promedio de un grupo visitante cada semana. El equipo pastoral, encargado de ofrecer apoyo espiritual, escuchó las historias de los refugiados y las transmitió a los visitantes o espacios coordinados para que los invitados escucharan directamente de los refugiados. El trauma de la pérdida de familiares en El Salvador, los peligros de cruzar el río hacia Honduras y el desgarrador viaje en camión desde la frontera hasta la mesa subrayaron el mensaje de los refugiados a los visitantes estadounidenses: «Por favor aboguen por nosotros», los visitantes estadounidenses los escucharon decir. “Dígale a su gobierno que deje de proporcionar ayuda militar a El Salvador. Miren el costo humano.

Mientras tanto, el gobierno hondureño continuó amenazando el trabajo de la IEMH con los refugiados salvadoreños. Shelly recuerda una ocasión en que a ella y a Luis Flores se les pidió reunirse con un funcionario del ejército hondureño. Flores explicó que lo que estaban haciendo los menonitas era por sus creencias e historia, mientras que Shelly describió los esfuerzos de ayuda del CCM en otras áreas del mundo para ilustrar que el trabajo no era político: los menonitas ayudaban a los refugiados sin importar quién huía o quién estaba en el gobierno.

Aun así, el ejército hondureño detendría voluntarios y cuestionaría sus motivaciones. Una vez, tres menonitas, incluido Lucas Bonilla, pastor de la Iglesia Menonita de San Marcos, fueron secuestrados y retenidos por el ejército en el pueblo de Belén, Lempira. Fueron torturados e interrogados. El presidente de la IEMH, un trabajador del CCM y Ovidio Flores fueron al pueblo a responder por ellos. Flores recuerda las preguntas de los soldados de qué hacía la iglesia y por qué. “Miren las otras iglesias”, dijeron. “Se quedan en sus edificios y se dedican a cantar y leer la Biblia». Los que intercedieron tuvieron 20 minutos para defender a los tres detenidos. Después de la reunión, el presidente de la iglesia tuvo que enviar una copia de la postura ideológica de la denominación, luego de lo cual Bonilla y los demás fueron finalmente liberados.

Los menonitas hondureños enfrentaron no solo amenazas gubernamentales y militares, sino también resentimiento de otras congregaciones menonitas que estaban más lejos de la frontera y que no entendían por qué la denominación ayudaba a los refugiados. Luke Schrock-Hurst, un trabajador de servicio del CCM que trabajaba en los campamentos en ese momento, recuerda las quejas dentro de la iglesia de la carencia de ayuda para menonitas hondureños en apuros. Las iglesias locales trabajando con refugiados se tomaron el tiempo para estudiar la Biblia para ver si su compromiso con el trabajo con los refugiados estaba justificado. Su conclusión fue un rotundo «Sí, y».

Trabajador de CCM Steve Zurcher y otros en un taller del campamento de refugiados en Mesa Grande. Enseñó la mecánica y la soldadura. En primer plano hay planchas de carbón hechas por los refugiados que se distribuían a las familias del campamento. Foto proporcionada por César Flores.

A mediados de la década de 1980, Ovidio Flores y varios otros presentaron una iniciativa en una de las asambleas de la iglesia. ¿Por qué no crear una organización que pueda ayudar a las congregaciones a alcanzar y servir a sus propias comunidades y a los refugiados salvadoreños? Las conexiones con donantes y otras organizaciones sin fines de lucro que Flores había cultivado como líder de CEDEN podrían ayudar a la nueva organización a despegar. Esta idea se convirtió en el inicio de la Comisión de Acción Social (CAS) de la IEMH. La comisión aumentó la capacidad de la iglesia para efectuar cambios, y no solo para los refugiados. No es necesario envidiar las máquinas de coser de los campamentos y los rollos de tela del ACNUR cuando la CAS también ofreció clases de costura en las comunidades hondureñas. Comenzando en los pueblos fronterizos y expandiéndose hacia el oriente, la CAS rápidamente comenzó a ayudar a las iglesias a proporcionar capacitación vocacional, ayuda y educación, como lo de que los refugiados se beneficiaron en los campamentos.

Representantes del CCM y la IEMH viajaron a congregaciones menonitas en todo Honduras para compartir sobre el trabajo de refugiados, el trabajo de la CAS y las motivaciones teológicas detrás de aquellos trabajos. Esperaban ofrecer una contra narrativa tanto inclusiva como persuasiva a las posiciones anti refugiados que eran comunes en los medios.

La repatriación siempre fue el objetivo de muchos de los migrantes. Incluso antes de que terminara la Guerra Civil salvadoreña en 1992, los refugiados comenzaron a regresar a sus hogares; para 1986, los salvadoreños que regresaban voluntariamente a su tierra superaban en número a los nuevos refugiados que ingresaban a los campamentos. La repatriación masiva ocurrió más tarde en la década y a principios de la década de 1990. Muchos cruzaron la frontera en carreteras que la IEMH ayudó a construir con fondos del ACNUR.

Incluso después de que los campamentos de refugiados se vaciaron, el compromiso de los menonitas hondureños de cuidar a sus comunidades se mantuvo. «En Honduras», dice Shelly, «la experiencia con los refugiados salvadoreños fue enorme en términos de que la iglesia desarrolló ese compromiso de caminar con las personas en justicia y paz». En los años siguientes, la IEMH continuó construyendo sobre el legado de esta labor, y la CAS se convirtió en una organización sin fines de lucro independiente: la Comisión de Acción Social Menonita (CASM), una organización de ayuda y desarrollo reconocida a nivel nacional y un continuo socio de CCM que sigue brindando capacitación vocacional y otra asistencia a los migrantes.

César Flores y Melecio Carvajal en noviembre de 1989 durante la construcción de caminos cerca del campamento de refugiados en Colomoncagua, Intibucá. Más tarde, este camino ayudaría con la repatriación. Foto proporcionada por César Flores.

El CCM ha estado presente en Honduras durante al menos 55 años. Pero en 1980, ahora hace 40 años, tanto los refugiados salvadoreños como los trabajadores del CCM comenzaron a llegar a los departamentos occidentales de Intibucá, Lempira y Ocotepeque, motivando y motivados por la acción social de las iglesias menonitas hondureñas. El acompañamiento del CCM en Honduras ha tomado muchas formas durante el último medio siglo. Independientemente de lo que depare el próximo siglo, CCM está agradecido de caminar con el pueblo hondureño y la iglesia menonita para ofrecer ayuda, desarrollo y paz en nombre de Cristo.


Lily Mast está sirviendo como Especialista en Medios Digitales con el programa SALT de CCM en Honduras.

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