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La ignorancia es una bendición. Lo digo muy en serio. La ignorancia te permite visitar lugares como el Museo Ixchel del Traje Indígena y salir maravillado e inspirado con la belleza de los huipiles, cortes y demás textiles en su colección. La bendición de la ignorancia haría que celebres el hecho que este museo está ubicado dentro del campus de una de las universidades más prestigiosas y caras de la ciudad de Guatemala. La ignorancia te diría que el Museo Ixchel es un monumento a la pluriculturalidad de Guatemala demostrada por sus exhibiciones que exaltan la diversidad y belleza de los tejidos indígenas.

Digo todo esto porque, si no hubiese sido por la conversación que tuvimos con Angelina Aspuac, representante de la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez (AFEDES) y del Movimiento Nacional de Tejedoras, yo hubiese entrado y salido del Museo Ixchel celebrando su hermosa colección. Lastimosamente, el Museo Ixchel es como una salchicha. Si de verdad quieres disfrutarlo, es mejor no saber de qué está hecho.

“Los museos deberían resguardar. En vez de eso están plagiando y robando nuestros diseños. Luego cobran la entrada y se lucran de nuestro arte,” nos dijo Angelina cuando habló con el grupo de Seeders durante nuestra orientación de país.

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Un ejemplo de los tejidos en exposición en el Museo Ixchel. Foto: Annalee Giesbrecht

Nuestra plática con Angelina y la consecuente visita al Museo Ixchel esa misma tarde me dio mucho para pensar y reflexionar. Me di cuenta que a los esfuerzos de descolonizar nuestra percepción y apreciación del arte aún le queda mucho camino por recorrer. Digno de el modelo invasor y colonialista del siglo XVI, los tejidos mayas han sido extraídos, folklorizados o apropiados para evitar darle crédito a las dueñas de un arte que aún sigue vivo, exhibidos en una vitrina y, por si fuera poco, se cobran entradas a quien quiera verlos.

Los tejidos mayas son dignos de un museo. El arte en estas piezas comienza desde la recolección de los materiales para su creación, hasta el último bordado que completa el patrón de un huipil. No hay nada de malo en querer preservar la historia y en publicitar la belleza de estos tejidos. El problema es cuando olvidas que a cada diseño le acompaña el esfuerzo, legado ancestral e identidad de una mujer maya. Cada huipil y corte es sinónimo del sustento familiar, jornadas de trabajo, dolores de espalda, orgullo, creatividad y honor de las comunidades mayas.

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Las mujeres tejedoras libran una lucha día tras día por reivindicar su arte y por mantener viva y viable su herencia ancestral. Sus huipiles y sus cortes son lienzos. Lienzos que en cada hebra guardan siglos de historia. Lienzos que hablan de la rebeldía de un pueblo que se rehúsa a sucumbir ante la opresión occidental. 

Después de más de 500 años desde la invasión europea, existen agentes extranjeros que buscan sacar provecho y despojar a las mujeres mayas de su arte. Angelina nos contó que diseñadores extranjeros habían aprovechado la hospitalidad y la necesidad de las mujeres tejedoras para despojarlas de sus diseños. Estos diseñadores compraron piezas creadas por mujeres mayas y luego registraron los diseños y patrones como su propiedad intelectual. Las leyes de propiedad intelectual les permitieron a estos extranjeros apropiarse de siglos de historia y del legado ancestral de las mujeres tejedoras. Aun así, estos abusos no son suficientes para que el gobierno de un país pluricultural donde casi la mitad de su población se identifica como indígena y que se promociona como “el corazón del mundo maya” tome acciones reales y concretas para evitar que la propiedad ancestral de sus comunidades maya sea saqueada.

Por una parte están los robos protegidos por las leyes de propiedad intelectual, las cuales Angelina describe como “una aberración. “A esto se le suma la pobreza y necesidad que impera en las comunidades indígenas que les obliga a vender sus piezas. Angelina nos contaba que muchas veces estas piezas terminan en manos de empresas textiles que las reproducen en masa para comercializarlas. Esto es terriblemente dañino para las comunidades de mujeres tejedoras ya que denigra el significado detrás de las piezas sin mencionar las consecuencias económicas como la depreciación de los huipiles. 

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Los textiles se tejen en la comunidad Maya Mam de Zapote, Guatemala, con el socio de CCM Pastoral de la Tierra. Foto CCM/Anna Vogt.

“Las empresas aprovechan la hospitalidad de los pueblos indígenas para enriquecerse. Entran a nuestros pueblos y después, sin permiso, utilizan nuestra imagen para publicitar sus productos. Estos abusos desincentivan a las mujeres tejedoras,” nos decía Angelina.

El Museo Ixchel no es ajeno a estos abusos. Angelina nos contaba como muchas de las piezas exhibidas en el museo fueron compradas a mujeres indígenas que las vendieron por necesidad y desesperación. Otras piezas exhibidas en el museo fueron fabricadas con máquinas y compradas a empresas ajenas a las comunidades de mujeres tejedoras.

Pocas horas después de haber conversado con Angelina, visitamos el Museo Ixchel. No voy a negar el valor educativo de la visita. Fue interesante ver una colección bien documentada que junta cada pieza textil con su comunidad de origen. Al mismo tiempo, la plática con Angelina me invitaba a ver el museo desde la perspectiva de las mujeres tejedoras. Observé cómo cada maniquí sin rostro modelaba los huipiles y los cortes. Algunos de estos maniquíes estaban posicionados para demostrar la vida diaria de las personas que en algún momento portaron estas ropas. Pero las historias y los rostros de las mujeres que crearon estas piezas de arte estaban ausentes. Los testimonios y relatos de las mujeres mayas no estaban allí. Sus cuerpos fueron reemplazados por maniquíes sin rostro y sus historias se disiparon en la bruma de la folklorización que las convirtió en relatos generales, como quien dice si quiere aprender de esto léalo en los libros de historia de Guatemala. Observé que el propósito de este museo era admirar el arte sin dar crédito a las artistas.

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R-L Concepción Ramírez Ramírez, María Ramírez Ramírez y Dolores Ramírez bordan joyas en su casa de Panabaj, Guatemala. Las tres hermanas participan activamente en ANADESA, socio de CCM. MCC photo/Matthew Lester

“Los tejidos mayas son los libros que la colonia no pudo quemar.” De todas las cosas que nos dijo Angelina esa mañana esta era la frase que más eco hace en mi cabeza cada vez que veo un huipil. Estos libros se siguen escribiendo en los talleres y en los patios de mujeres mayas. Las escritoras de estos libros viven entre nosotros y sus historias son importantes. Su arte es importante. La ignorancia es bendición para las personas que quieren servirse del arte sin acreditar al artista. Pero para nosotros, que hemos tenido la dicha de sentarnos a platicar con Angelina o con cualquier otro miembro de organizaciones como AFEDES o el Movimiento Nacional de Tejedoras, la bendición es conocer las caras y las historias de las mujeres tejedoras. La bendición es pagar un precio justo por su trabajo.  La bendición es acompañarlas en su lucha por la reivindicación de su arte.

Cierro con esto que dijo Angelina, que me recuerda por qué la causa de las mujeres tejedoras es digna y merecedora de todo nuestro apoyo. “La lucha por los textiles es parte de esa lucha de las mujeres mayas para proteger nuestro territorio. El movimiento tejedor no existe solo para defender nuestros tejidos, también existe para promover el buen vivir.”


Foto de cabecera: Fotografía de detalle del trabajo de bordado de Juana Chiquival Sosof. Sosof, miembro del programa Mujeres Proactivas de ANADESA, recibe en su casa a los visitantes que vienen a trabajar o a aprender del socio de CCM, ANADESA. Foto del CCM/Matthew Lester.

Jose Ricardo Salinas Reyes es participante en el programa de Seed en Guatemala trabajando como Facilitador de Comunicación Social con la Pastoral de La Tierra del Obispado de San Marcos. Es originario de Tegucigalpa Honduras y miembro de la Iglesia de Cristo.

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