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Esta historia tiene como protagonista a una mujer que por motivos de seguridad hoy llamaremos “Luz”.

“Luz” nació en la Guajira, en la Costa caribe de Colombia. Según sus palabras, este es un territorio muy bonito, muy caliente pero muy violento. “Las personas de allá son gente amable a la que no le importa incomodarse con tal de atender bien al de afuera. Me gustaba mucho como se vivía las tradiciones y la relación con los/as vecinos/as.”

Nos cuenta que de niña disfrutaba poder jugar tranquilamente, incluso de noche. Recuerda que en Semana Santa había una tradición que le encantaba:  hacían dulces de tomate, frijol coco, otras frutas y hasta de papa y lo compartían entre vecinos.

Allá de niña vivía con sus padres, sus 2 hermanas y 2 hermanos, pero lamentablemente cuando tenía 11 años sus padres mueren por diferentes enfermedades quedando ella a cargo de sus hermanos/as pequeños/as. Nos dice que fue muy duro, que perdió ese año de colegio porque entre ella y su hermano de 9 años se turnaban para trabajar y poder sostenerse. “Siempre había alguien adulto, pero solo por estar, no en el rol de como en realidad un niño necesita de un adulto”. Y lo que la motivó para seguir adelante fueron sus hermanos.

Su niñez estuvo marcada por un cristianismo muy tradicional/conservador y una espiritualidad que según sus palabras “no servía”. Fue a una iglesia que, en lugar de ayudar, fue plantando temores y prejuicios sobre ella, llevándola a pensar en un Dios egoísta y malo.

“Luz” se caracteriza por tener una personalidad muy alegre y activa, pero esto no es una coincidencia. Su difícil infancia la privó de “ser niña”. Los niños y niñas a los 11 años solo quieren jugar, pero ella  tuvo que ser fuerte porque  alguien tenía que cuidar a sus hermanos. Al crecer, ser alegre le sirvió para sanar más rápido, nos dice que es una persona que al pasar por una situación difícil no se queda ahí, trata siempre de mirar más allá.

Foto: Flavia Carpio/Unsplash


Cuando le pregunto si aún se siente responsable de sus hermano/as me dice que en ocasiones sí y llora. Su llanto tiene mucho que ver con que hay otra pérdida importante en su vida, la pérdida de uno de sus hermanos.

Colombia hace décadas enfrenta una guerra que ha dejado más muertos y personas desaparecidas (por reclutamiento o invasión de la guerrilla y grupos paramilitares) que las víctimas de las dictaduras de Chile y Argentina.

La Guajira no es diferente, constantemente los grupos armados están disputándose territorios, reclutando niños/as y jóvenes y extorsionándoles a ellos/as y sus familias si no ceden. La familia de “Luz” fue víctima de estos grupos al punto de tener que dejar la tierra que tanto les gustaba, dejar su casa, sus amigos y sus tradiciones por cuidar sus vidas.

Lleva viviendo 3 años en Ecuador junto a su familia y su venida no fue algo muy planificado, llegaron a Quito huyendo de la violencia, sin cobertura de nadie. “Luz” cuenta que es muy difícil hablar con sus hijos sobre Colombia, es importante para ella que sepan que es un país hermoso, que no se olviden de dónde vienen, pero también que hay mucha violencia y corrupción.

Al llegar a Quito no traían mucha ropa o cosas de valor, pero sí expectativas de acogida y ganas de comenzar de nuevo. Fue un choque fuerte contra la realidad de los prejuicios, la falta de oportunidades, el racismo, el regionalismo, entre otras cosas.

Personas refugiadas buscan apoyo al proyecto de la Iglesia Menonite de Quito. Foto: Annalee Giesbrecht.

“Luz” llega al proyecto para personas refugiadas de la iglesia Menonita de Quito porque alguien le comentó que en ese lugar les podían ayudar. Al llegar, un amigo fue fundamental porque les invitó a la iglesia y les contó que ese era un espacio donde podían sentirse a gusto y queridos. Entonces comenzó a asistir a talleres sobre anabautismo y de esta manera fue reconciliando su relación con Dios. Dice que le sirvió para ver a un Jesús humano, como nosotros, que vivió como nosotros y que podía entendernos desde ahí, que lo que pasa en la vida no cambia el hecho de que Dios es amor y es eso lo que nos mantiene.

Ha pasado el tiempo y “Luz” ha encontrado un espacio para desarrollar habilidades diferentes dentro de la iglesia, hacer amigos y amigas y a practicar el amor de Dios desde lo cotidiano.

Para terminar le pregunto: ¿qué le dirías a la “Luz” de la Guajira?
Su respuesta es la siguiente: “Le diría que siga y nunca, nunca se rinda. Que siga porque la vida es bella. Por muy duras que sean las cosas, la vida sigue siendo bonita. Has de tu vida algo bonito, eres la única que puede hacerlo” Ha sido una historia de vida muy difícil, pero a través de su testimonio podemos encontrar fortaleza en ser vulnerable. Hoy nos alegramos con su vida, con su risa y su energía.


Francisca Pacheco Alvarado, de Valparaíso, Chile, vive actualmente en la ciudad de Quito, Ecuador, y es la trabajadora de apoyo a refugiados con el proyecto para personas refugiadas de la iglesia Menonita de Quito.