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Por Elizabeth Scambler, Coordinadora de Gestión de Riesgo y Atención a Desastres de CCM, Mesoamerica y el Caribe

Desde antes de mudarme a Honduras hace casi 2 años, yo había escuchado de los conflictos en el Bajo Aguán, una región fértil al norte del país pero no sabía que mis hábitos de comer chuchería estaban tan estrechamente conectados.

El conflicto por la tenencia de la tierra entre las organizaciones campesinas y el gigante de los alimentos y el aceite de palma africana Corporación Dinant, ha impulsado una serie de abusos contra los derechos humanos; incluyendo los desalojos forzosos, el uso inadecuado de las fuerzas de seguridad pública y privada, torturas, asesinatos y secuestros. Desde el 2009, más de 100 personas han muerto. Las amenazas y asesinatos de periodistas, abogados y otros defensores de los derechos humanos relacionadas con el conflicto han ocurrido sin investigación y sin castigo.

Otras personas han escrito con más profundidad sobre el conflicto. Aquí hay algunos artículos e informes con más detalles:

Human Rights Watch Report, “There are no investigations here”

Human Rights Watch: Honduras: Unidad especial investigará crímenes en el Bajo Aguán

New York Times: In Honduras, Land Struggles Highlight Post-Coup Polarization

Libro: Grabbing Power: The New Struggles for Land, Food and Democracy in Northern Honduras

Tengo que admitir que no entiendo completamente los detalles del conflicto. No he visitado la zona y no conozco a nadie estrechamente involucrado a ella. Sin embargo, recientemente me di cuenta de que ni mi falta de comprensión íntima, ni una conexión personal, ni la distancia geográfica me elimina de ser parte de la crisis pues resulta que mi marca favorita de los churros de plátano está hecha por la Corporación Dinant.

Del mismo modo, todo el aceite de cocina y productos de tomate envasados que yo compraba también están en la lista. Descubrí que cada vez que voy al supermercado o compro algo de una pulpería, estoy financiando una corporación implícita en el militarismo y violaciones de los derechos humanos.

Las marcas más disponibles de aceite de cocina, pasta de tomate, clorox (lejía), y salsa de tomate, entre otras, son producidas por la Corporación Dinant.

Desde entonces, he intentado encontrar alternativas a los productos Dinant que antes consumía. No pretendo que mi pequeño boicot haga una diferencia. Reconozco que el verdadero cambio requiere más voces y una acción más enérgica, pero es un comienzo. Mis $ 20 dólares al mes dirigidos a otros productos, sin duda no se puede comparar a un préstamo de $30 millones de dólares de la Corporación Financiera Internacional del Banco Mundial (CFI) a Dinant. Un informe de la defensoría del Pueblo del Banco Mundial a partir de enero 2014 muestra que la CFI no hace la debida diligencia con respecto a los derechos humanos y los riesgos ambientales de su préstamo. Este es un grave error. Sin embargo, critico estas instituciones internacionales con facilidad, pero ¿no debería también ser requerida a hacer la debida diligencia a donde pongo mi dinero? A pesar de la diferencia en la escala de nuestras contribuciones, los dos somos implícitos en la financiación de estos crímenes.

Como dijo mi compatriota canadiense David Suzuki, “Cada vez que hacemos una compra, nos convertimos en parte de ese sistema que explota a las personas y los ecosistemas.” Este es un recordatorio de que no vivo en forma aislada; cada acción mía está conectada con otras personas en otros lugares. Si bien no puedo hacer todo (y  noto mi propia hipocresía en que no estoy informada acerca de todo lo que consumo), me estoy moviendo intencionalmente hacia sembrar y producir lo que yo pueda, comprar a los agricultores locales y evitar los alimentos envasados. En este caso, yo también estoy haciendo un esfuerzo por evitar todos los productos producidos por la empresa Dinant, que es la protagonista de un conflicto documentado y sangriento.